Darío Rivas acude a Balaídos desde Ribadesar, en Rois, más allá de Padrón, pasando antes por Bueu y Cangas. Un acontecimiento extraordinario en su repetición. Es el camino que emprende cada día de partido desde 1948. Rutina rota durante décadas, al emigrar, y retomada al jubilarse. Nunca, ni en la distancia, menguó su amor por el Celta, si acaso compartido con el Peñarol uruguayo. Rivas trató a Hermidita y Cabiño; aconseja frecuentemente al director deportivo, Miguel Torrecilla; reparte críticas y elogios ("Herrera hace tarde los cambios") con la vitalidad de los 82 años que hoy cumple.

Traquetea en el discurso como el tren de vapor que tomaba en A Escravitude a finales de los 40 para viajar a Vigo. Llegaba a la estación tras 45 minutos de caminata. "Tres horas llevaba después el viaje, de gran animación porque los vagones venían llenos de celtistas desde Santiago. Salía de casa haciendo frío y al llegar hacía calor", precisa. Es un torrente de datos y opiniones. "Un detalle", repite como transición y preámbulo. Después ametralla sus ideas de librepensador: "El Rey es un escándalo, un referéndum y a echarlo", "la bandera española habría que cambiarla, que la apedreaban, y poner la trícolor o alguna otra", "el aborto debe estar permitido hasta los tres meses", "hoy ya se podría descubrir científicamente que el Apóstol no está enterrado en Santiago"...

Su cabeza está en permanente ebullición. Tan fresca que es capaz de repetir la alineación del Celta en la final de Copa de 1948: "Simón en la portería, Mesa y Cabiño en defensa, Gaitos, Alonso y Yayo en la media, Muñoz, Pahiño, Aretio y Vázquez en la delantera". Sabe que "la defensa de tres se implantó al año siguiente". Relata como reciente aquel encuentro, que vivió a través de la radio. Se indigna aún, como se habrá indignado tantas veces en los últimos 64 años, porque "Gaitos no tendría que haber jugado. No soportaba el calor". Y revela que Hermidita, en sus conversaciones, "siempre decía que le había quedado la espinita clavada de no jugar aquel partido".

Hermidita es uno de sus predilectos en esta pasión por el cuadro celeste que le surgió de la forma más inesperada. Por evocación, cuando de niño quedaba pasmado ante el envase del betún Celta. "Tenía pintados un jugador y un balón. Se ve que me gustaron".

A Hermidita, con el que comió pocos días antes de su muerte, y a otros jugadores los conoció en el Bar Club, en Colón, donde paraban antes de los partidos; o en el Bar Puerto, en Canido, a donde la plantilla trasladó después sus reuniones. "Cabiño era el más amigo, muy simpático y agradable". Si le mencionan que Mekerle, quizás el último de aquella generación, acaba de fallecer, enseguida lo describe: "Era delgadito pero un animal, duro como una piedra. Siempre he dicho que el Celta envió dos jugadores al Mundial de 1950: Alonso y Ramallets. Porque fue Mekerle el que le dio una patada en un ojo al portero del Barcelona, Velasco, y por eso empezó a jugar Ramallets".

Darío, que presenció la visita del Celta al Atlético Tetuán en 1953 mientras hacía la mili, emigró a Uruguay. Su barco hacia Montevideo partió desde Vigo el 26 de agosto de 1955. "Me fui creyendo que nunca volvería", indica. Se autoconmemora. Cada 26 de agosto toma el barco a Cangas. "Y miro hacia el Oeste". Hacia sus 13 años en Uruguay para después cruzar el Río de la Plata hacia Argentina. Tiene las dos nacionalidades. Y muchas historias futbolísticas, como haber conocido al jugador al que regalaron un chalet por marcarle un gol a Zamora. Las noticias del Celta le llegaban en los envíos ultramarinos del Faro de Vigo y por el Diario Español.

En Darío todo se condensa. En Sudamérica trabajó de chófer o regentando un bar. En Alemania, de peón. Porque también contempló al Bayern "en la época en que arrasaba". Pero era el Celta el que le ocupaba el cariño. Escudriñaba el Siete Fechas, en busca de noticias.

Cuando se jubiló en 1985, regresó a Galicia. Retomó sus sendas celestes, para no abandonarlas más. Acude con frecuencia a los entrenamientos de A Madroa, convertido en autoestopista, porque es donde encuentra ahora a los jugadores que antaño andaban de chiquitas. "Hace poco me bajó Cabral; el año pasado, Oier, un chico majísimo". Partidos no se pierde ninguno. Solo el Memorial Quinocho porque tenían que colocarle un marcapasos. Advirtió al médico que días después tenía un partido importante. "Será para verlo, no para jugarlo", bromeó el galeno. Y cumplió los plazos que Darío le exigía. Ante el Málaga estuvo.

Fue con final triste. Ayer le tocó la feliz conclusión de su habitual romería. Condujo su coche hasta Padrón. Tomó el tren a Pontevedra. De la capital en autobús a Bueu, a charlar con los amigos. Cruzando O Morrazo, el barco de Cangas a Vigo. Y aún se acercará al Bar Puerto antes de dirigirse a Balaídos. En el estadio el marcapasos le habrá aguantado los sustos de Negredo. Nadie habrá disfrutado como él de la victoria. Sobre el Sevilla. Aquel rival ante el que Gaitos no debería haber jugado. Pequeña venganza dedicada a Hermidita.